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Paso de contarlo

Diego Artime 

En ocasiones, muy de vez en cuando, recala en nuestras manos alguna joya desconocida u olvidada: el legado de una mente enferma, o de un genio efĆ­mero y autodestructivo, o de un simple mortal tocado por la varita de la brillantez literaria. QuizĆ” una mezcla de todos; probablemente, de ninguno. 

El caso es que los astros se alinean, los Ɣngeles nos guƭan y nuestros ojos, esos ojos manchados por la promiscuidad literaria que llena de best-sellers los estantes de nuestra librerƭa favorita, se posan sobre un librito usado, manoseado y enterrado entre una tonelada de papel amarillento. Y Cupido hace el resto.

Como lector compulsivo, podrĆ­a contar con los dedos de una mano las veces que he tenido la suerte de vivir una situaciĆ³n como esta. Sin embargo, no hace mucho, Fortuna me concediĆ³ el privilegio de asistir al encuentro, romance y matrimonio ipso facto entre un amigo y un libertino libro de tapa blanda. Era apenas un puƱado de hojas grapadas, escrito a doble espacio y con mĆ”rgenes desproporcionados para abultar mĆ”s; lo Ćŗnico que podĆ­a leerse en la cubierta era el tĆ­tulo: “Paso de contarlo”, bajo el nombre de un autor desconocido y sobre un fondo grisĆ”ceo en el que se adivinaban los indefinidos rasgos de un rostro a medio dibujar. “Joder, me lo ha vendido”, fue lo Ćŗnico que pudo decir mi amigo ante tan magnĆ­fica obra maestra del marketing. Y procediĆ³ a pagar la obscena cantidad de 1 euro por su nuevo compaƱero de cama.

Dos dĆ­as despuĆ©s, mi manirroto compaƱero me comunicĆ³ que habĆ­a finalizado con Ć©xito la lectura de dicho libro. Y no solo eso, sino que afirmĆ³ que le habĆ­a gustado mucho y se ofreciĆ³ a dejĆ”rmelo para que le echase un vistazo, asegurando que me iba a encantar. “Se lee en media hora”, dijo, con una sonrisilla traviesa. Y, las cosas como son: se leĆ­a en media hora. Pero nunca me advirtiĆ³ lo que invertirĆ­a en releerlo.

No dirĆ© que se trata del mejor libro jamĆ”s escrito. Ni siquiera de una obra de culto, o imprescindible en cualquier biblioteca que se precie. Es mĆ”s, ni siquiera me atreverĆ­a a afirmar que es una lectura necesaria e irrepetible. No conmino al lector a embarcarse en una bĆŗsqueda irrefrenable para dar con una obra que, con toda probabilidad, le resultarĆ” harto complicado hallar. En realidad, no es mĆ”s que una brevĆ­sima compilaciĆ³n de relatos escritos, eso sĆ­, con una pulcritud y una sencillez abrumadoras.

Y, a pesar de todo, considero que estoy ante uno de los mejores libros de cuentos que he tenido la tremenda suerte de poder saborear. Su autor, ya fallecido, era un humilde profesor con un par de obras publicadas y algĆŗn premio de menor importancia, pero no me arredrarĆ­a ante nadie al afirmar que lo considero unos de los mejores escritores (al menos, de relatos) de esta madriguera de huidizos literatos que es EspaƱa. Y no puedo evitar entristecerme al pensar en todos esos autores que, genios, enfermos o henchidos de brillantez, o quizĆ”s de todo, aunque puede que de nada, observan con tristeza el panorama literario y no se atreven a dar el salto y plasmar, negro sobre blanco, o blanco sobre negro, esa obra maestra a la que dan cobijo en sus privilegiadas mentes. Porque, no nos engaƱemos, llegados a este punto, pasan de contarlo.


Celia Gallego

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