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Francesca Woodman Un día me desperté sola en estas sillas blancas


Celia Gallego Alejandro  | Fotografías: Celia Gallego

"Mi vida en este punto es como un sedimiento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones, en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas" Estas fueron las últimas palabras plasmadas en la carta que Francesca Woodman escribió poco antes de suicidarse un 19 de enero de 1981 a sus 22 años.


Sala de la exposición
Su obra fue realizada desde 1972 hasta 1980 donde se trata la subjetividad femenina en la fotografía conceptual. Fotografías en pequeño tamaño y en su gran mayoría monocromáticas. En muchos casos la modelo es la propia fotógrafa que utiliza su cuerpo desnudo para conectar con su espacio de trabajo, explorando el ego femenino.

Sus fotografías hasta hace muy poco se han percibido dando mucha importancia a su suicidio a los veintidós años. En ocasiones algunas de las instantáneas donde el cuerpo femenino sale desvaneciéndose, incluso movido han sido interpretadas como una anticipación a su muerte.

La colección SAMMLUNG VERBUND nuestra en el  Museo Patio Herreriano de Valladolid hasta el próximo 7 de mayo 49 obras de Woodman  provenientes de su patrimonio. La colección ha adquirido regularmente fotografías de la artista desde su fundación en 2004.

Resulta curioso, el museo casi vacío y completamente en silencio. A veces sólo se oía el pequeño tintineo de los tacones de una pareja de ancianas que observaba los cuadros de la exposición contigua. Cámara en mano subía al segundo piso mientras miraba el plano para continuar mi visita por la exposición Realistas, pero algo me hizo pararme frente a una pared donde hablaba de Francesca Woodman.
Puerta principal a la exposición Francesca Woodman
Una sala blanca, aparentemente vacía pero llena de vida. Sin mis gafas el espacio parecía más grande de lo que realmente era, como el desenfoque del objetivo de una cámara. Como si me hubiera colado en la galería de un fotógrafo en Instagram, todos los marcos eran perfectamente cuadrados, blancos y monocromáticos, qué original. Lo que realmente me resultó original no sólo fue la apariencia, sino su interior. Fotografía casi minúsculas de mujeres desnudas, muchas mujeres desnudas. Fotografías siniestras, turbias, delicadas, débiles, fuertes. No había ninguna instantánea que no me trasmitiera algo.

Le dediqué a cada una unos minutos para observar su composición, sus rasgos. ¿Por qué esa pose? ¿Por qué esa mujer? Quizá podría ser ella con un temporizador, pero lo que sí estaba claro es que esas fotografías no mostraban la sensualidad de una mujer desnuda, sus bellas curvas.  Ni si quiera podía pararme a observar ni pensar el más mínimo detalle sexual sobre su cuerpo. Las fotografías hablaban por sí solas y eran tan minimalistas y delicadas que el hecho de que aparecieran múltiples mujeres desnudas pasaba a un completo segundo plano.

Fotografía de la exposición

El mundo parecía sacado en blanco y negro. Comienzan a llegar personas muy silenciosas que pegan sus narices al cristal de los marcos. Impresionados, conmovidos; un hombre de avanzada edad miraba con curiosidad una de las fotografías más icónicas, una mujer desnuda rodeando sus rodillas en el suelo. Pero cada espectador se daba cuenta de que no eran fotografías de mujeres con el pecho y genitales al aire, sino un sentimiento de libertad, de conexión natural. Woodman no se ha quedado en la belleza terrenal, ha ido más allá. Ha sabido descubrirnos la belleza de una fotografía sin importar qué sujeto hay en su interior, siendo lo importante la composición de ésta. 

Volvería a ver la exposición al menos una vez más, no sólo para disfrutar de las fotografías, sino para observar a los visitantes las reacciones ante su obra, con qué mirada descubren el interior de los marcos blancos a juego con las paredes, o con qué rostro salen al finalizar la exposición. Los "anti-selfies" como se denomina ahora a la obra de Francesca Woodman, no dejan indiferente a nadie.





Celia Gallego

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